La política de aislamiento impulsada por Donald Trump y sus fieles seguidores no solo ha generado divisiones internas en Estados Unidos, sino que está dejando en evidencia una verdad incómoda para las ultraderechas en el resto del mundo: su entreguismo y subordinación a los designios de Washington. Estos movimientos, que se autoproclaman nacionalistas, actúan como servidores de un país extranjero, relegando los intereses de sus propias naciones.
El lacayismo de la ultraderecha
A pesar de su retórica nacionalista, muchos de los partidos y líderes de ultraderecha fuera de EE. UU. han demostrado ser meros agentes de la agenda estadounidense. Desde su apoyo incondicional a políticas intervencionistas hasta la adopción de modelos económicos diseñados para beneficiar a potencias extranjeras, estas fuerzas políticas han antepuesto los intereses de Washington a los de su propio pueblo.
La subordinación se hace evidente en su respaldo a tratados comerciales desiguales, su sumisión a las multinacionales estadounidenses y su aprobación de políticas que debilitan la soberanía económica y política de sus países. En nombre del “libre mercado” y el “antiglobalismo”, terminan reforzando un modelo de dependencia que perpetúa la subordinación a Estados Unidos.
El fracaso del “América Primero” y sus réplicas
La doctrina del «América Primero» de Trump, que busca el aislamiento de EE. UU. del resto del mundo, ha dejado desamparados a sus aliados ultraderechistas. Al cerrar sus fronteras, aumentar las tensiones comerciales y desmantelar alianzas globales, Estados Unidos se aísla, llevándose consigo a estos grupos que carecen de una visión independiente.
Las consecuencias de este aislamiento son claras: las ultraderechas, que durante décadas se han nutrido de la influencia y el apoyo de Washington, se enfrentan a una creciente deslegitimación. La ciudadanía empieza a cuestionar su lealtad y sus verdaderos objetivos. Cada vez resulta más evidente que estas fuerzas políticas no trabajan por el bienestar de sus naciones, sino por mantener su posición como peones de una potencia extranjera.
El despertar de los pueblos
Mientras las ultraderechas se hunden en su propia contradicción, los pueblos que aman la independencia y la soberanía nacional comienzan a reconocer el peligro de estos movimientos. La idea de un nacionalismo genuino, que defienda los recursos y la dignidad de cada país, resurge con fuerza. Este despertar ha permitido que las izquierdas, con su enfoque en la justicia social y la autodeterminación, ganen terreno en muchos países.
El colapso de las políticas trumpistas fuera de EE. UU. ha abierto la puerta para que sectores progresistas articulen alternativas basadas en la cooperación internacional, el fortalecimiento de las economías locales y la defensa de la soberanía frente a las injerencias extranjeras.
El futuro: un cambio inevitable
A medida que EE. UU. se aísla bajo el peso de su propia arrogancia, los partidos ultraderechistas que dependen de su influencia enfrentan un futuro sombrío. La contradicción de ser «nacionalistas» mientras se subordinan a una potencia extranjera ya no pasa desapercibida para los pueblos.
El camino hacia una verdadera independencia está marcado por el rechazo a estas fuerzas antinacionales y lacayas, y por la construcción de modelos políticos que prioricen la soberanía y el bienestar de las mayorías. Trump, sin quererlo, está contribuyendo a este proceso. Su legado no será el fortalecimiento de las ultraderechas, sino su declive, dejando espacio para un resurgir de las fuerzas que realmente defienden a los pueblos y sus derechos.